Queda en evidencia que pese a que Duque ha usado las cifras de deforestación como uno de sus logros, queda mucho por hacer. Así, un vacío que deja Duque en materia ambiental, que define el desarrollo del sector, es el fortalecimiento de la institucionalidad, especialmente en la región amazónica, la región con más deforestación histórica de Colombia.
Si hablar de deforestación en el gobierno Duque es mediocre, mencionar las áreas reforestadas es catastrófico.
Lo más cercano que tiene y ha tenido el gobierno en los últimos cuatro años a una estrategia para recuperar la cobertura vegetal es el plan de Duque de sembrar 180 millones de árboles para finales de su mandato, es decir ya. Este plan peca por populista. El biólogo Germán Andrade afirma que "plantar árboles no compensa la destrucción de bosques naturales. Esas deben ser dos contabilidades separadas": Así, la mayor estrategia de Duque para reforestar, ha sido una estrategia vacía en la que se nota su falta de asesoría profesional en el tema.
Finalmente, el caballito de batalla de Duque en su gobierno ha sido decir que está cumpliendo los compromisos adquiridos por Colombia en la COP21, cuando se firmó el Acuerdo de París, siendo el más importante alcanzar la meta de reducir en un 51% las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030.
Un acierto que hay que reconocer es que Duque subió su ambición y reformuló la meta; cuando se firmó el Acuerdo se planteó una reducción del 20% no del 51%. Sin embargo, es inentendible por qué Duque cambió la política colombiana y decidió prescindir del condicionamiento asociado a la contribución económica de los países desarrollados. Es decir, creó una meta (la del 51%) que no depende de si Colombia recibe o no apoyo internacional.
Lo anterior va en contravía de la posición de muchos países en desarrollo que hacen énfasis en las responsabilidades comunes, pero diferenciadas. Eso tiene sentido porque hace que metas tan ambiciosas sí dependan del apoyo económico internacional, que es justo y necesario ya que mega naciones como Estados Unidos y China, que son las que más incrementan la emisión de CO2, tengan que aportar a países en vía de desarrollo. En pocas palabras, es lo apropiado en materia de justicia ambiental. Duque, sin embargo, sencillamente aumentó la meta, pero no la condicionó y nunca dijo por qué.
Así, queda en evidencia que a lo largo de su gobierno Duque ha anunciado grandes noticias en materia ambiental sin planes de base que las fundamente.
Otro ejemplo relacionado con los compromisos de la COP21 es que, a finales de 2021, el MADS presentó al Congreso el proyecto de ley de Acción Climática. Este debe pasar por varios debates para ser aprobado en 2022. Sin embargo, preocupa que, de aprobarse, estaría incompleto ya que no contempla ningún recurso económico para cumplir con la meta de reducción de emisiones. Lo que dice el proyecto es que cada ministerio hará el financiamiento con sus recursos. Esto es un absurdo ya que los ministerios tienen sus recursos asignados y pueden reasignar fondos para el cambio climático, más cuando ha habido una reducción en el presupuesto.
La ley de deforestación, que establece la deforestación como delito en el país, otro de los compromisos asumidos por Colombia en la COP21, no se ha logrado implementar y no se tiene una ruta clara sobre cómo hacerlo. De la misma forma, Colombia se comprometió a proteger el 30% de sus océanos para el 2022, la realidad es que no han habido avances en este tema.
Lo que muestra este panorama es que Iván Duque, a pesar de lo que dice en prensa, tuvo una gestión ambiental mediocre tendiendo a mala. Su herencia clara en temas ambientales para el próximo presidente será: recuperar el presupuesto del Ministerio y de toda la institucionalidad ambiental de Colombia, lograr mejorar los índices de deforestación, ejecutar un plan real de reforestación, ratificar el Acuerdo de Escazú, disminuir radicalmente la matanza de líderes ambientales y, en general, darle un vuelco de 180 grados a las políticas ambientales ineficientes que deja el gobierno saliente.
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